“Viajar no siempre es bonito, no siempre es cómodo, a veces inclusive puede ser doloroso, pero eso está bien. Los viajes lo cambian a uno y lo deberían de cambiar a uno. Dejan marcas imborrables en nuestra memoria, en nuestra conciencia, en nuestro corazón. Cuando salimos llevamos algo con nosotros y, si somos afortunados dejamos algo atrás también”.
Anthony Bourdain
Creo que es justo empezar por el principio de este viaje. Esta aventura comenzó hace ya casi un año en una tarde de diciembre mientras Sara y yo nos tomábamos unos tragos. En medio de la conversación ella me dijo que hiciéramos un viaje y yo le conteste que si, a lo cual ella me aclaró que era un viaje de verdad. Yo no entendía nada, hasta que me dijo que por qué no nos íbamos para la India. Cuando le dije que listo, muy en el fondo yo no creía que nos fuéramos a ir hasta el otro extremo del mundo, o por lo menos no en un futuro cercano. Pero los meses fueron pasando y Sara iba leyendo más y más sobre la India, veíamos documentales, averiguábamos quién conocía a alguien que hubiera estado por allá.
Debo confesar que tenía mucho miedo de ir a la India, no porque “es que nada es igual a Medellín” o “que vas a ir allá donde no podés comer carne por un mes”. Los que me conocen saben que lo que motiva a viajar es todo lo contrario y, siempre digo que la causa de muchos de los problemas que atañen a nuestra ciudad, es debido a que las montañas no nos dejan ver más allá de nuestras narices. Mis temores estaban fundamentados en lo desconocido de nuestro destino y todo lo que esto implicaba. Fueron varias las noches de insomnio, algo difícil en mí, que me acompañaron vísperas del viaje. Pero saben que, eso fue lo mejor del viaje, lo desconocida e inesperada que es la India.
Es un país de contrastes, es un país indescifrable, es un país que no se puede entender en un solo viaje. Sus complejidades culturales, religiosas e inclusive culinarias lo hacen imposible. Es tanto el bombardeo a los sentidos al cual uno debe tratar de sobrevivir y más importante, tratar de entender. La India tiene todos los atractivos del oriente misterioso, olores, sabores y colores que acompañan a propios y extraños y de los cuales es imposible escaparse y olvidar.
Pero creo que todo esto está en peligro. En algún lugar leí que mientras Europa se debatía entre el oscurantismo y el misticismo durante la edad media, en la India las ciencias y la cultura florecían. Desafortunadamente, ahora con la invasión de turistas y del mundo occidental civilizado, estos encantos están desapareciendo. Todo gira en torno al dinero y cómo se pueden aprovechar de uno para tratar de arrancarle de buena o de mala manera un dólar. Y este afán desmedido por el dinero es el culpable de que muchas cosas estén extinguiéndose y uno se pierda de tantas otras o no se atreva a realizarlas. Ese acoso constante de propios y extraños, tener que estar regateando absolutamente todo fue lo único que no me gustó del viaje, es agotador y a veces insufrible.
¿Pero qué es un viaje?, es un constante descubrimiento de cosas y de sensaciones nuevas, pero más importante es descubrirlas en uno mismo, saber que hay cosas muy en el fondo en o en la superficie de nuestro ser que no sabíamos que estaban ahí. Esto aplica igual cuando viajamos en compañía de alguien. En este caso, he sido muy afortunado de contar contigo y no puedo describir mejor que tú lo que fueron esos 35 días el uno con el otro. Nunca se me olvidará una tarde en Khajuraho que me dijiste que irías conmigo hasta el infierno. Esos momentos son los que hacen que vivir valga la pena. De eso se trató esta travesía, física, mental y emocional, darnos la posibilidad de vivir lo invivible juntos, de saber que tal vez con el tiempo algunas cosas se irán borrando, pero que otras se irán impregnando en nuestras almas cada día más. La pregunta final entonces sería si volvería de nuevo a la India, y la respuesta es sí, siempre y cuando sea contigo, y recuerda …. hasta el cielo.