viernes, 18 de noviembre de 2011

Epílogo


“Viajar no siempre es bonito, no siempre es cómodo, a veces inclusive puede ser doloroso, pero eso está bien. Los viajes lo cambian a uno y lo deberían de cambiar a uno. Dejan marcas imborrables en nuestra memoria, en nuestra conciencia, en nuestro corazón. Cuando salimos llevamos algo con nosotros y, si somos afortunados dejamos algo atrás también”.
Anthony Bourdain





Creo que es justo empezar por el principio de este viaje. Esta aventura comenzó hace ya casi un año en una tarde de diciembre mientras Sara y yo nos tomábamos unos tragos. En medio de la conversación ella me dijo que hiciéramos un viaje y yo le conteste que si, a lo cual ella me aclaró que era un viaje de verdad. Yo no entendía nada, hasta que me dijo que por qué no nos íbamos para la India. Cuando le dije que listo, muy en el fondo yo no creía que nos fuéramos a ir hasta el otro extremo del mundo, o por lo menos no en un futuro cercano. Pero los meses fueron pasando y Sara iba leyendo más y más sobre la India, veíamos documentales, averiguábamos quién conocía a alguien que hubiera estado por allá.

Debo confesar que tenía mucho miedo de ir a la India, no porque “es que nada es igual a Medellín” o “que vas a ir allá donde no podés comer carne por un mes”. Los que me conocen saben que lo que motiva a viajar es todo lo contrario y, siempre digo que la causa de muchos de los problemas que atañen a nuestra ciudad, es debido a que las montañas no nos dejan ver más allá de nuestras narices. Mis temores estaban fundamentados en lo desconocido de nuestro destino y todo lo que esto implicaba. Fueron varias las noches de insomnio, algo difícil en mí, que me acompañaron vísperas del viaje. Pero saben que, eso fue lo mejor del viaje, lo desconocida e inesperada que es la India.

Es un país de contrastes, es un país indescifrable, es un país que no se puede entender en un solo viaje. Sus complejidades culturales, religiosas e inclusive culinarias lo hacen imposible. Es tanto el bombardeo a los sentidos al cual uno debe tratar de sobrevivir y más importante, tratar de entender. La India tiene todos los atractivos del oriente misterioso,  olores, sabores y colores que acompañan a propios y extraños y de los cuales es imposible escaparse y olvidar.








Pero creo que todo esto está en peligro. En algún lugar leí que mientras Europa se debatía entre el oscurantismo y el misticismo durante la edad media, en la India las ciencias y la cultura florecían. Desafortunadamente, ahora con la invasión de turistas y del mundo occidental civilizado, estos encantos están desapareciendo. Todo gira en torno al dinero y cómo se pueden aprovechar de uno para tratar de arrancarle de buena o de mala manera un dólar. Y este afán desmedido por el dinero es el culpable de que muchas cosas estén extinguiéndose y uno se pierda de tantas otras o no se atreva a realizarlas. Ese acoso constante de propios y extraños, tener que estar regateando absolutamente todo fue lo único que no me gustó del viaje, es agotador y a veces insufrible.



¿Pero qué es un viaje?, es un constante descubrimiento de cosas y de sensaciones nuevas, pero más importante es descubrirlas en uno mismo, saber que hay cosas muy en el fondo en o en la superficie de nuestro ser que no sabíamos que estaban ahí. Esto aplica igual cuando viajamos en compañía de alguien. En este caso, he sido muy afortunado de contar contigo y no puedo describir mejor que tú lo que fueron esos 35 días el uno con el otro. Nunca se me olvidará una tarde en Khajuraho que me dijiste que irías conmigo hasta el infierno. Esos momentos son los que hacen que vivir valga la pena. De eso se trató esta travesía, física, mental y emocional, darnos la posibilidad de vivir lo invivible juntos, de saber que tal vez con el tiempo algunas cosas se irán borrando, pero que otras se irán impregnando en nuestras almas cada día más. La pregunta final entonces sería si volvería de nuevo a la India, y la respuesta es sí, siempre y cuando sea contigo, y recuerda …. hasta el cielo.








viernes, 4 de noviembre de 2011

El viaje sin punto final

"La mejor manera de saber si odias o amas a alguien
es emprendiendo un viaje juntos"
Mark Twain

                                          La periodista y el sacamuelas. Juntos, hasta el cielo

Sabrán entender que el síndrome de la página en blanco se empeñaba en dilatar esta entrada. Cuando estábamos frente a frente silenciaba mis palabras y siempre terminaba apagando el computador antes de escribir la primera. Creo que, en el fondo, me niego a terminar el viaje y sé que escribir esta entrada es admitir que todo se acabó y que hay una realidad esperándonos.  Volví a odiar el maldito celular. Volví a la rutina y, con ella, al tiempo real, el mismo que se me escapa entre los dedos esperando personajes para entrevistar. Después de todo recordé que mis días no son tan míos y, a veces no me queda ni una migaja,  me doy cuenta de cómo extraño la vida tranquila del campo, cuando podía darme el lujo de ver crecer las plantas y de ver caer las gotas de agua por las espinas de los cactus.
 Juanro, por su parte, volvió a enderezar dientes, a calzar muelas y a torerar mamás neuróticas.
En apariencia somos los mismos. Pero no lo somos. Cada tanto los recuerdos se asoman y la mente se escapa unos segundos hasta el otro lado del mundo, pero, afortunada o, debería decir, desafortunadamente, siempre vuelve. Entre tanto, el tamiz del tiempo hace un magnífico trabajo, volviendo más bonitos los recuerdos bonitos y escondiendo en algún rincón de la mente aquellos que quisiéramos olvidar. Total que en cuestión de meses, nuestra aventura habrá sido perfecta y tendré que volver a leer mis propias palabras para recordar que el viaje, como la vida, también tiene sus imperfecciones y dificultades. De hecho este viaje no lo defino como tal, lo defino como una experiencia de vida, con sus aciertos y desaciertos, con sus altos y sus bajos, con lo hermoso y lo desagradable, con sus rosas y sus espinas. Al fin de cuentas no hay que olvidar que  lo feo nos ayuda a definir lo bello y la noche al día, por eso no le cambiaría nada a la experiencia y si pudiera volver el tiempo atrás, quisiera que las cosas ocurrieran exactamente de la misma manera. Ni agregaría ni quitaría nada. Porque lo que quedó faltando será siempre una excusa para volver. Con esta frase dejo en claro que volvería, una y mil veces, aunque esta no es una afirmación para alentar a todo el que quiera ir. Siento decepcionarlos pero la India no es para todo el mundo, es un país que se ama o se odia, sin dejar espacio para puntos medios o posiciones tibias.  Sólo algunos logran ver más allá del caos, de la basura y del polvo de las calles, pocas personas hacen el esfuerzo de tratar de comprender una forma de vida un tanto incomprensible, sin juzgar lo que no entienden.  Muy pocos logran dejar de lado las vanalidades, las comodidades y la zona de confort para rendirse a lo desconocido. Pero quien lo haga, solo quien lo haga, le aseguro que será recompensado, que vendrá con los bolsillos llenos de experiencias y de asombros y con la mochila cargada de preguntas sin respuestas. Su mente será tan grande como el mundo mismo y la mayoría de los prejuicios habrán desaparecido para siempre. Entonces, sólo por ello, el viaje habrá valido la pena.





Es curioso pero lo que más extrañé durante el viaje fue tomarme la cocacola en una vaso lleno, que digo, repleto de hielo y los postres de chocolate acompañados de un café negro, espeso y amargo. Juanro extrañó la siesta después del almuerzo y el programa radial "el pulso del fùtbol", suena un poco trivial pero no lo es, porque si reflexionan un poco más, se darán cuenta de que esas nimiedades son la demostración de que la felicidad está en los pequeños detalles. Parece que a veces olvidamos lo fácil que es ser feliz. Por eso, cuando el tiempo borre de nuestra memoria el nombre de los templos que visitamos, de las calles que recorrimos y de los fuertes que caminamos, quedará la esencia, lo verdaderamente importante, lo que ahora mismo se está depurando en el tamiz del tiempo. Serán aquellos momentos en que sentimos que los ángeles sí existen y que la felicidad la tenemos al alcance de la mano,  en aquellas sonrisas sinceras que recibimos de tantos desconocidos, en la ayuda incondicional que nos prestaba la gente en la calle cada que estábamos perdidos, en cada foto que nos tomaron, en cada personaje con el que compartimos largas y duras  jornadas en los trenes, en cada plato de comida que degustamos como si fuera el ùltimo, en los atardeceres del desierto siempre llenos de magia, en los Himalayas rebosantes de secretos, habitados por gente de facciones serenas, en los ritos cargados de misterios, en los micos asechantes, los  elefantes resignados, en la virtud de saber vivir sin afanes.
Antes de poner el punto final sólo queda una invitación por hacer, atrévanse a lo desconocido, denle un golpe bajo a la rutina, así sea por unos pocos días, liberense de los miedos y de los prejuicios. Entiendan que el mar no es el único destino ni Cartagena la única ciudad. Descubran el placer de viajar ligeros de equipaje y aún así sentir que no falta nada para ir a donde se quiere ir, por lejos o cerca que sea el destino. Deben saber que el fin último de un viaje no es comprar miles de cosas porque lo más valioso, es gratuito y queda grabado por siempre en la mente,  cuando ya lo comprado haya perdido el interés, haya pasado de moda o haya sido remplazado por una nueva y costosa adquisición.  Jamás pierdan la capacidad de asombro, sacúdanse, sueñen, vibren, no le teman a los planes diferentes o desconocidos, siempre estarán llenos de sorpresas, de personajes increíbles y de aventuras buenas y malas y es en las últimas donde se forjan los espíritus valientes y las que dejan las mejores historias para contar.  Créanme, no hay que ir hasta la India para lograrlo,  a veces, los mejores destinos están a la vuelta de la esquina, recuerden que el viaje lo hace el viajero, no el destino.
Retomo la frase de Mark Twain que dice:  "la mejor manera de saber si odias o amas a alguien es emprendiendo un viaje juntos" porque llegó el momento de agradecerle a mi compañero de viaje, de vida. El que comprendió mi necesidad de búsqueda y mis ansias de vivir en carne propia lo que había devorado en miles de libros. El que disfrutó parejo conmigo los mejores momentos y supo soportar con paciencia  y buen humor los peores. El que recordó que llorar de emoción renueva el alma y que de lo único que uno se arrepiente es de lo que no hace. El  mismo que  aceptó, sin dudarlo, un reto que, sabíamos, nos cambiaría para siempre, como personas y como pareja. A él, debo confesarle, que viajar a su lado es lo mejor que me ha pasado y que, agarrada de su mano, iría hasta el fin del mundo, si fuera necesario. No me cabe ninguna duda de que hasta para tan lejano destino, sabría empacar lo preciso y haría nuevo espacio para lo que quede faltando o lo que vayamos atesorando en el camino. Así como tuvo la sapiencia de ir dejando atrás aquello que ya no necesitábamos con el fin de hacer más ligeras las cargas, tanto físicas, como emocionales.

                                          Juanro escuchando las montañas...


                                          La resignación del tren

                                                    Infaltable la siesta

Perdónenme, pero no puedo dilatar más el punto final y aceptar, de una vez por todas, que ya el viaje acabó. Pero como dice Saramago, "el fin de un viaje es sólo el inicio de otro viaje" lo cual nos pone a ahorrar y a soñar, desde ya, con un nuevo destino. Que así sea.
Juanro se animó a escribir y reclama el epílogo, asi que ustedes pueden seguir soñando con otra entrada más y yo con otra manera de seguir aplazando el punto final de este blog.