"La mejor manera de saber si odias o amas a alguien
es emprendiendo un viaje juntos"
Mark Twain
La periodista y el sacamuelas. Juntos, hasta el cielo
Sabrán entender que el síndrome de la página en blanco se empeñaba en dilatar esta entrada. Cuando estábamos frente a frente silenciaba mis palabras y siempre terminaba apagando el computador antes de escribir la primera. Creo que, en el fondo, me niego a terminar el viaje y sé que escribir esta entrada es admitir que todo se acabó y que hay una realidad esperándonos. Volví a odiar el maldito celular. Volví a la rutina y, con ella, al tiempo real, el mismo que se me escapa entre los dedos esperando personajes para entrevistar. Después de todo recordé que mis días no son tan míos y, a veces no me queda ni una migaja, me doy cuenta de cómo extraño la vida tranquila del campo, cuando podía darme el lujo de ver crecer las plantas y de ver caer las gotas de agua por las espinas de los cactus.
Juanro, por su parte, volvió a enderezar dientes, a calzar muelas y a torerar mamás neuróticas.
En apariencia somos los mismos. Pero no lo somos. Cada tanto los recuerdos se asoman y la mente se escapa unos segundos hasta el otro lado del mundo, pero, afortunada o, debería decir, desafortunadamente, siempre vuelve. Entre tanto, el tamiz del tiempo hace un magnífico trabajo, volviendo más bonitos los recuerdos bonitos y escondiendo en algún rincón de la mente aquellos que quisiéramos olvidar. Total que en cuestión de meses, nuestra aventura habrá sido perfecta y tendré que volver a leer mis propias palabras para recordar que el viaje, como la vida, también tiene sus imperfecciones y dificultades. De hecho este viaje no lo defino como tal, lo defino como una experiencia de vida, con sus aciertos y desaciertos, con sus altos y sus bajos, con lo hermoso y lo desagradable, con sus rosas y sus espinas. Al fin de cuentas no hay que olvidar que lo feo nos ayuda a definir lo bello y la noche al día, por eso no le cambiaría nada a la experiencia y si pudiera volver el tiempo atrás, quisiera que las cosas ocurrieran exactamente de la misma manera. Ni agregaría ni quitaría nada. Porque lo que quedó faltando será siempre una excusa para volver. Con esta frase dejo en claro que volvería, una y mil veces, aunque esta no es una afirmación para alentar a todo el que quiera ir. Siento decepcionarlos pero la India no es para todo el mundo, es un país que se ama o se odia, sin dejar espacio para puntos medios o posiciones tibias. Sólo algunos logran ver más allá del caos, de la basura y del polvo de las calles, pocas personas hacen el esfuerzo de tratar de comprender una forma de vida un tanto incomprensible, sin juzgar lo que no entienden. Muy pocos logran dejar de lado las vanalidades, las comodidades y la zona de confort para rendirse a lo desconocido. Pero quien lo haga, solo quien lo haga, le aseguro que será recompensado, que vendrá con los bolsillos llenos de experiencias y de asombros y con la mochila cargada de preguntas sin respuestas. Su mente será tan grande como el mundo mismo y la mayoría de los prejuicios habrán desaparecido para siempre. Entonces, sólo por ello, el viaje habrá valido la pena.
Es curioso pero lo que más extrañé durante el viaje fue tomarme la cocacola en una vaso lleno, que digo, repleto de hielo y los postres de chocolate acompañados de un café negro, espeso y amargo. Juanro extrañó la siesta después del almuerzo y el programa radial "el pulso del fùtbol", suena un poco trivial pero no lo es, porque si reflexionan un poco más, se darán cuenta de que esas nimiedades son la demostración de que la felicidad está en los pequeños detalles. Parece que a veces olvidamos lo fácil que es ser feliz. Por eso, cuando el tiempo borre de nuestra memoria el nombre de los templos que visitamos, de las calles que recorrimos y de los fuertes que caminamos, quedará la esencia, lo verdaderamente importante, lo que ahora mismo se está depurando en el tamiz del tiempo. Serán aquellos momentos en que sentimos que los ángeles sí existen y que la felicidad la tenemos al alcance de la mano, en aquellas sonrisas sinceras que recibimos de tantos desconocidos, en la ayuda incondicional que nos prestaba la gente en la calle cada que estábamos perdidos, en cada foto que nos tomaron, en cada personaje con el que compartimos largas y duras jornadas en los trenes, en cada plato de comida que degustamos como si fuera el ùltimo, en los atardeceres del desierto siempre llenos de magia, en los Himalayas rebosantes de secretos, habitados por gente de facciones serenas, en los ritos cargados de misterios, en los micos asechantes, los elefantes resignados, en la virtud de saber vivir sin afanes.
Antes de poner el punto final sólo queda una invitación por hacer, atrévanse a lo desconocido, denle un golpe bajo a la rutina, así sea por unos pocos días, liberense de los miedos y de los prejuicios. Entiendan que el mar no es el único destino ni Cartagena la única ciudad. Descubran el placer de viajar ligeros de equipaje y aún así sentir que no falta nada para ir a donde se quiere ir, por lejos o cerca que sea el destino. Deben saber que el fin último de un viaje no es comprar miles de cosas porque lo más valioso, es gratuito y queda grabado por siempre en la mente, cuando ya lo comprado haya perdido el interés, haya pasado de moda o haya sido remplazado por una nueva y costosa adquisición. Jamás pierdan la capacidad de asombro, sacúdanse, sueñen, vibren, no le teman a los planes diferentes o desconocidos, siempre estarán llenos de sorpresas, de personajes increíbles y de aventuras buenas y malas y es en las últimas donde se forjan los espíritus valientes y las que dejan las mejores historias para contar. Créanme, no hay que ir hasta la India para lograrlo, a veces, los mejores destinos están a la vuelta de la esquina, recuerden que el viaje lo hace el viajero, no el destino.
Retomo la frase de Mark Twain que dice: "la mejor manera de saber si odias o amas a alguien es emprendiendo un viaje juntos" porque llegó el momento de agradecerle a mi compañero de viaje, de vida. El que comprendió mi necesidad de búsqueda y mis ansias de vivir en carne propia lo que había devorado en miles de libros. El que disfrutó parejo conmigo los mejores momentos y supo soportar con paciencia y buen humor los peores. El que recordó que llorar de emoción renueva el alma y que de lo único que uno se arrepiente es de lo que no hace. El mismo que aceptó, sin dudarlo, un reto que, sabíamos, nos cambiaría para siempre, como personas y como pareja. A él, debo confesarle, que viajar a su lado es lo mejor que me ha pasado y que, agarrada de su mano, iría hasta el fin del mundo, si fuera necesario. No me cabe ninguna duda de que hasta para tan lejano destino, sabría empacar lo preciso y haría nuevo espacio para lo que quede faltando o lo que vayamos atesorando en el camino. Así como tuvo la sapiencia de ir dejando atrás aquello que ya no necesitábamos con el fin de hacer más ligeras las cargas, tanto físicas, como emocionales.
Juanro escuchando las montañas...
La resignación del tren
Infaltable la siesta
Perdónenme, pero no puedo dilatar más el punto final y aceptar, de una vez por todas, que ya el viaje acabó. Pero como dice Saramago, "el fin de un viaje es sólo el inicio de otro viaje" lo cual nos pone a ahorrar y a soñar, desde ya, con un nuevo destino. Que así sea.
Juanro se animó a escribir y reclama el epílogo, asi que ustedes pueden seguir soñando con otra entrada más y yo con otra manera de seguir aplazando el punto final de este blog.
es emprendiendo un viaje juntos"
Mark Twain
La periodista y el sacamuelas. Juntos, hasta el cielo
Sabrán entender que el síndrome de la página en blanco se empeñaba en dilatar esta entrada. Cuando estábamos frente a frente silenciaba mis palabras y siempre terminaba apagando el computador antes de escribir la primera. Creo que, en el fondo, me niego a terminar el viaje y sé que escribir esta entrada es admitir que todo se acabó y que hay una realidad esperándonos. Volví a odiar el maldito celular. Volví a la rutina y, con ella, al tiempo real, el mismo que se me escapa entre los dedos esperando personajes para entrevistar. Después de todo recordé que mis días no son tan míos y, a veces no me queda ni una migaja, me doy cuenta de cómo extraño la vida tranquila del campo, cuando podía darme el lujo de ver crecer las plantas y de ver caer las gotas de agua por las espinas de los cactus.
Juanro, por su parte, volvió a enderezar dientes, a calzar muelas y a torerar mamás neuróticas.
En apariencia somos los mismos. Pero no lo somos. Cada tanto los recuerdos se asoman y la mente se escapa unos segundos hasta el otro lado del mundo, pero, afortunada o, debería decir, desafortunadamente, siempre vuelve. Entre tanto, el tamiz del tiempo hace un magnífico trabajo, volviendo más bonitos los recuerdos bonitos y escondiendo en algún rincón de la mente aquellos que quisiéramos olvidar. Total que en cuestión de meses, nuestra aventura habrá sido perfecta y tendré que volver a leer mis propias palabras para recordar que el viaje, como la vida, también tiene sus imperfecciones y dificultades. De hecho este viaje no lo defino como tal, lo defino como una experiencia de vida, con sus aciertos y desaciertos, con sus altos y sus bajos, con lo hermoso y lo desagradable, con sus rosas y sus espinas. Al fin de cuentas no hay que olvidar que lo feo nos ayuda a definir lo bello y la noche al día, por eso no le cambiaría nada a la experiencia y si pudiera volver el tiempo atrás, quisiera que las cosas ocurrieran exactamente de la misma manera. Ni agregaría ni quitaría nada. Porque lo que quedó faltando será siempre una excusa para volver. Con esta frase dejo en claro que volvería, una y mil veces, aunque esta no es una afirmación para alentar a todo el que quiera ir. Siento decepcionarlos pero la India no es para todo el mundo, es un país que se ama o se odia, sin dejar espacio para puntos medios o posiciones tibias. Sólo algunos logran ver más allá del caos, de la basura y del polvo de las calles, pocas personas hacen el esfuerzo de tratar de comprender una forma de vida un tanto incomprensible, sin juzgar lo que no entienden. Muy pocos logran dejar de lado las vanalidades, las comodidades y la zona de confort para rendirse a lo desconocido. Pero quien lo haga, solo quien lo haga, le aseguro que será recompensado, que vendrá con los bolsillos llenos de experiencias y de asombros y con la mochila cargada de preguntas sin respuestas. Su mente será tan grande como el mundo mismo y la mayoría de los prejuicios habrán desaparecido para siempre. Entonces, sólo por ello, el viaje habrá valido la pena.
Es curioso pero lo que más extrañé durante el viaje fue tomarme la cocacola en una vaso lleno, que digo, repleto de hielo y los postres de chocolate acompañados de un café negro, espeso y amargo. Juanro extrañó la siesta después del almuerzo y el programa radial "el pulso del fùtbol", suena un poco trivial pero no lo es, porque si reflexionan un poco más, se darán cuenta de que esas nimiedades son la demostración de que la felicidad está en los pequeños detalles. Parece que a veces olvidamos lo fácil que es ser feliz. Por eso, cuando el tiempo borre de nuestra memoria el nombre de los templos que visitamos, de las calles que recorrimos y de los fuertes que caminamos, quedará la esencia, lo verdaderamente importante, lo que ahora mismo se está depurando en el tamiz del tiempo. Serán aquellos momentos en que sentimos que los ángeles sí existen y que la felicidad la tenemos al alcance de la mano, en aquellas sonrisas sinceras que recibimos de tantos desconocidos, en la ayuda incondicional que nos prestaba la gente en la calle cada que estábamos perdidos, en cada foto que nos tomaron, en cada personaje con el que compartimos largas y duras jornadas en los trenes, en cada plato de comida que degustamos como si fuera el ùltimo, en los atardeceres del desierto siempre llenos de magia, en los Himalayas rebosantes de secretos, habitados por gente de facciones serenas, en los ritos cargados de misterios, en los micos asechantes, los elefantes resignados, en la virtud de saber vivir sin afanes.
Antes de poner el punto final sólo queda una invitación por hacer, atrévanse a lo desconocido, denle un golpe bajo a la rutina, así sea por unos pocos días, liberense de los miedos y de los prejuicios. Entiendan que el mar no es el único destino ni Cartagena la única ciudad. Descubran el placer de viajar ligeros de equipaje y aún así sentir que no falta nada para ir a donde se quiere ir, por lejos o cerca que sea el destino. Deben saber que el fin último de un viaje no es comprar miles de cosas porque lo más valioso, es gratuito y queda grabado por siempre en la mente, cuando ya lo comprado haya perdido el interés, haya pasado de moda o haya sido remplazado por una nueva y costosa adquisición. Jamás pierdan la capacidad de asombro, sacúdanse, sueñen, vibren, no le teman a los planes diferentes o desconocidos, siempre estarán llenos de sorpresas, de personajes increíbles y de aventuras buenas y malas y es en las últimas donde se forjan los espíritus valientes y las que dejan las mejores historias para contar. Créanme, no hay que ir hasta la India para lograrlo, a veces, los mejores destinos están a la vuelta de la esquina, recuerden que el viaje lo hace el viajero, no el destino.
Retomo la frase de Mark Twain que dice: "la mejor manera de saber si odias o amas a alguien es emprendiendo un viaje juntos" porque llegó el momento de agradecerle a mi compañero de viaje, de vida. El que comprendió mi necesidad de búsqueda y mis ansias de vivir en carne propia lo que había devorado en miles de libros. El que disfrutó parejo conmigo los mejores momentos y supo soportar con paciencia y buen humor los peores. El que recordó que llorar de emoción renueva el alma y que de lo único que uno se arrepiente es de lo que no hace. El mismo que aceptó, sin dudarlo, un reto que, sabíamos, nos cambiaría para siempre, como personas y como pareja. A él, debo confesarle, que viajar a su lado es lo mejor que me ha pasado y que, agarrada de su mano, iría hasta el fin del mundo, si fuera necesario. No me cabe ninguna duda de que hasta para tan lejano destino, sabría empacar lo preciso y haría nuevo espacio para lo que quede faltando o lo que vayamos atesorando en el camino. Así como tuvo la sapiencia de ir dejando atrás aquello que ya no necesitábamos con el fin de hacer más ligeras las cargas, tanto físicas, como emocionales.
Juanro escuchando las montañas...
La resignación del tren
Infaltable la siesta
Perdónenme, pero no puedo dilatar más el punto final y aceptar, de una vez por todas, que ya el viaje acabó. Pero como dice Saramago, "el fin de un viaje es sólo el inicio de otro viaje" lo cual nos pone a ahorrar y a soñar, desde ya, con un nuevo destino. Que así sea.
Juanro se animó a escribir y reclama el epílogo, asi que ustedes pueden seguir soñando con otra entrada más y yo con otra manera de seguir aplazando el punto final de este blog.
Mis ojos están llenos de lágrimas, lágrimas de emoción, lágrimas de nostalgia y lágrimas de orgullo de un par de amigos que conservaré el resto de los años cerquita a mi para seguir disfrutándolos bien sea con una taza de té y tostadas de pan caliente después de una jornada dura de lavado ollas o leyendo y leyendo estas líneas que no dejan de cautivarme.
ResponderEliminarCada una de las entradas de este blog es maravillosa; pero bien pudieron no haberlo sido, pues con las palabras de cierre que le dedicas a Juanro todo el tiempo dedicado a leer el blog queda más que recompensado. Qué emoción y que alegría siento por los dos.
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