" El Taj Mahal hace brotar lágrimas
de los ojos del sol y la luna"
Sha Yahan
El tren hacia Agra lo tomamos por la tarde. Nos había tocado separados pero un viajero solitario tuvo la cortesía de cambiar con nosotros. Íbamos en compartimientos de a cuatro, nuestros otros dos compañeros eran una madre con su hijo de 4 años quienes, a su vez, hacían parte de una familia entera de por lo menos 8 personas, todas viajando juntas en los compartimientos de los alrededores. Ellos iban a Calcuta, es decir, al otro extremo, un viaje que les tomaría, por lo menos, 35 horas en completar. El compartimiento de reunión para la familia entera resultó el nuestro, todos entraban y salían, hablaban, reían, regañaban al niño quien brincaba de un camarote a otro, se subía, se bajaba, se caía, a veces lloraba, a veces gritaba para llamar la atención de su mamá. Como no cabían y nadie quería perderse la acción que tenía lugar justo en nuestros compartimientos, se sentaban en nuestras camas y emprendían animadas charlas. Llegó la hora de comer y comenzaron a aparecer cajas, cajitas y cajotas llenas de comida hasta para tirar para el techo, arroz, chapatis, salsas, vegetales, noodles, con un viaje tan largo por delante, iban más que preparados. Sentada en el pequeño espacio que me dejaba la numerosa familia en mi propia litera, yo sólo pensaba que al diablo la primera clase, que el espectáculo que teníamos en frente era infinitamente más entretenido que estar encerrados en primera clase con nuestros amigos los ratones. Toda esa faena se alargó hasta las 10 pm cuando repartieron las sábanas y cada uno se marchó a preparar su camarote y a dormir.
Llegamos a Agra a las 6am y Juanro me tenía una sorpresa de no creer. Íbamos a quedarnos en el mejor hotel de la ciudad. Podría decir incluso, que es el mejor de toda la India o el cuarto de toda Asia, pero no quiero sonar presuntuosa, aunque, en realidad, tenía motivos de sobra para estarlo. Decidimos tomar un taxi, de pura pena de llegar en tuk en tuk a semejante lugar. Hicimos bien, pues la entraba estaba llena de guardias de seguridad, impecablemente vestidos con sus uniformes, vigilando los elegantes carros que entraban y salían. Incluso nuestro taxi desentonaba, menos mal no se nos ocurrió llegar en tuk tuk. El carro parqueó y varios empleados ya estaban a nuestras órdenes, vestían lujosos trajes largos y turbantes impecablemente armados. Nosotros olíamos a tren, estábamos sin bañar, sin peinar y Juanro lo habían picado las pulgas. Nos acomodaron en uno de los salones del lobby, pues nuestro arrivo tan temprano fue inesperado. El uno nos servía café y se aseguraba de remplazar cada sorbo que tomábamos, el otro nos llevaba toallas húmedas y refrescantes, otro más abría botellas de agua, todos se esmeraban en ofrecernos lo posible y lo imposible, compensando el hecho de no tener lista la habitación. Luego, acomodados, refrescados e hidratados, giramos la cabeza y notamos que teníamos, nada más y nada menos que el Taj Mahal, frente a nuestros ojos. No hablábamos. No nos mirábamos, callados durante varios minutos, no podíamos despegar la mirada del ventanal. Asimilado el hecho de que conviviríamos 3 días con la que es considerada la construcción más hermosa del mundo, reparamos luego en los jardines florecidos que rodeaban las zonas verdes, en la grama verde motilada con esmero, en las piscina gigante con sectores bajo techo, en los miles de detalles para nuestro disfrute. Nada podía ser mejor. Nada en todo el mundo.
Rápidamente nos acomodaron en una habitación provisional. Todas tienen terraza con vista al Taj Mahal, que suerte tan infinita la nuestra poder admirarlo día y noche. Ya bañados y presentables bajamos a desayunar, enfrentándonos a difíciles decisiones pues el buffet es el más grande que hayamos visto en nuestra vida y todo se veía delicioso. Comimos todo lo que pudimos, Juanro atacó los quesos y las carnes frías, rompiendo una dieta de estricto vegetarianismo de veinte y tantos días. Yo me fui por la panadería, especialmente la dulce, de tal manera que los pan au chocolat, los croaissant de almendras, los muffins y pastelillos no cabían en mi plato. Luego, el pinguino entró en etapa de hibernación, yo me puse mi vestido de baño y me aventuré por las zonas húmedas. No había terminado de llegar y ya un empleado me estaba acomodando mi silla asoleadora llena de toallas y cojines, otro ponía frente a mí una bandeja con antisolares, bronceadores, agua, splash reefrescante y toallas humedas. Me acomodé, miraba a mi alrededor y, de verdad, no podía creer lo que me estaba pasando. A cada mínimo movimiento se acercaba uno de los empleados a ver qué quería, era tanta la atención que hasta llegué a sentirme incómoda. Pero, debo confesarles, en este punto, que aguanté bastante bien dicha incomodidad. Ellos están entrenados para saber lo que uno quiere, incluso antes de que uno mismo lo quiera. Disfruté del sol y de la piscina prácticamente todo el día, por la tarde decidimos dar una pequeña caminata y dejar la exploración del Taj Mahal para el día siguiente pues ya estaba muy tarde para entrar. El hotel insistió en asignarnos un guardia de seguridad para nuestro pequeño paseo, la imagen era irreal. Nosotros caminando por las calles con guardia de traje largo, sombrero alto y bigote espeso. Rápidamente, a la menor oportunidad, logramos deshacermos de él, tomamos un ciclorickshaw y le dijimos al conductor que queríamos ver la ciudad. Pronto tuvo que dividirnos en dos ciclorickshaw pues las piernas no le daban al pobre y flacuchento muchacho, así que yo estuve con Saluh y Juanro con Sabu, un par de amigos de escasos 20 años que no podían creer cómo unos huéspedes de semejante hotel, estábamos montados en sus humildes carruajes. Comenzaron a llevarnos a lujosas tiendas, al final del día acordamos con ellos mismos para el siguiente, advirtiéndoles que lo queríamos ver era la verdadera Agra, los bazares populares, los restaurantes locales, la gente de verdad, nada de lujos, ni de tiendas elegantes. Cuando llegamos al hotel por la noche, paramos en la esquina a aprovisionarnos de cocacolas, al menor descuido de nuestros conductores Juanro y yo, nos pusimos al pedal, todos los indios en la calle nos gritaban, nos aplaudían, se montaban y nosotros les decíamos, como hacen ellos cuando recogen a alguien, 50 rupias, 50 rupias, armando tal alboroto llegamos al hotel y los guardias de la entrada, bastante confundidos, no sabían si dejarnos entrar o no. Tuvimos que darles el número del cuarto para que nos creyeran!!
A la mañana siguiente Saluh y Sabu ya nos estaban esperando, nos llevaron directo al Taj Mahal pues no resistíamos más la tentación de verlo de cerca, pasamos los varios controles de seguridad y, de repente, frente a nuestros ojos, como una aparición, se alzaba imponente la marmórea construcción que ha inspirado a tantos poetas, que ha merecido la admiración del mundo entero, que ha fascinado a los millones de viajeros que lo visitan cada año, que ha desatado mitos fantasticos como que a los artesanos que trabajaron en él les cortaron las manos cuando lo terminaron para que nunca nadie pudiera igualar la majestuosidad de dicha construcción. Hasta ahora nadie lo ha logrado, pues sus tallas son exquisitas, las piedras que lo recubren son semipreciosas y se reclutaron mas de 20 mil artesanos de la India y Asia Central para terminarlo.
Su construcción fue un acto de amor, pues el emperador Sha Yahan lo construyó en memoria de su segunda esposa, Mumtaz Mahal, quien murió al alumbrar su 14 hijo en 1631. Es la encarnación misma de la nostalgia, tanto que Tagore lo describiría alguna vez como "una lágrima en el rostro de la eternidad" y Kipling como "la encarnación de todas las cosas puras"
Habíamos mirado tantas fotos del Taj, leído tantos artículos, visto tantos documentales, que estar recorriéndolo se nos hacía increíble, ahora éramos nosotros los protagonistas de nuestra propia historia, la que marcarå nuestras vidas por siempre. Uno de los jardineros de repenté agarró nuestra cámara, sacó un pito y quitó a todo el mundo, comenzó a tomarnos fotos, desde todos los ángulos, no permitía que nadie se atravesara, pues quien lo hiciera era inmediatamente amonestado con el pito, fue todo un fotoestudio, al final nos pidió 100 rupias, le dimos 50. Cuando vimos la cantidad y la calidad de fotos que nos tomó, casi nos devolvemos y le damos mas bien 1000. Antes de irmos nos sentamos en una banca a mirar, solo a mirar. El encanto estaba también en ver a los fotográfos oficiales tomarles fotos oficiales a la parejas, a familias enteras, cuyo plan es vestir sus mejores galas y tomarse la foto con el Taj al fondo, que cuadros tan hermosos los que nos tocó ver, que pintas, que bellas y numerosas familias.
Hacia el medio día ya con la imagen del Taj Mahal, perfectamente almacenada en nuestra memoria salimos a recorrer el fuerte de Agra, considerado el más grande e importante de la India, el mismo en el que pasaría encerrado sus últimos días Sha Yahan, el constructor del Taj, luego de que su propio hijo lo traicionara y lo confinara en ese Fuerte, estratégicamente ubicado para que por lo menos, pudiera contemplar su magnifica creación desde lejos.
Para la hora del almuerzo le pedimos consejo a nuestros conductores. Ellos querían llevarnos a un sitio, pero no se atrevían, conversaban entre ellos en hindi, cambiaron de opinión y de dirección varias veces, hasta que al final se decidieron. Nos llevarían a comer las mejores dosas de la ciudad, en algún sitio perdido entre los bazares. El tráfico era tan espeso por esos callejones, que ellos decidieron parquear los ciclorickshaw en las afueras y comenzamos a caminar. Ríos de gente nos arrastraban de la misma manera como nos arrastraría una corriente fuerte en medio del mar. Ellos a veces tenían que rescatarnos pues nos quedábamos literalmente atrancados entre la gente. Juanro y yo nos mirábamos preguntándonos a dónde diablos nos estaban llevando. Finalmente llegamos a un restaurante atestado de gente. De lejos éramos los únicos extranjeros y todos nos miraban aterrados cuando llegamos. El sitio quedaba en medio de todo el bazar, la cocina daba hacia la calle y un chef veloz armaba y doblaba 10 dosas por segundo sobre una plancha negra y requemada de tanto uso. Aún así no daba a basto. Estábamos en un punto sin vuelta atrás, sólo nos dijimos que si salíamos de esta invictos ya no había nada que pudiera enfermarnos el resto del paseo. Creo que hasta ahora hemos sido los únicos turistas que no nos hemos enfermado del estómago. Con absolutamente todos los que hemos hablando, han pasado por más de una indigestión, la última vez que hablamos con nuestros amigos holandeses estaban justo aquí en Agra, varados en un hotel, tan enfermos que tuvieron que esperar varios días antes de continuar el viaje. Hasta una de las chicas de Nueva Zelanda, que lleva 3 años recorriendo el mundo en precarias condiciones, estuvo aquí en la India hospitalizada toda una semana. Y las historias van y vienen, todas similares. Para el pesar de nuestros amigos, que disfrutan tanto con las historias estomacales de Juanro, lamento informarles que, por lo menos hasta ahora, no hay historia que contar, pues terminamos nuestro almuerzo en el sitio de dudosa reputación pero excelente sazón, Saluh tenía toda la razón, fueron las mejores dosas del paseo. Y las mas baratas. Descubrimos que todos los restaurantes tienen dos menús, uno para Indios y otro para extranjeros y que los precios pueden ser diametralmente opuestos. Como íbamos con un par de indios nos cobraron 200 rupias, por cuatro almuerzos gigantes, gaseosas, agua. Algo así como 8 mil pesos, por todo, todo, todo, incluídas las bacterias. Ya han pasado 24 horas del suceso y nuestros estómagos respondieron bien.
Tras el almuerzo seguimos recorriendo los caóticos bazares, comprando especias y tratando se sortear las fuertes corrientes y los mares de leva. Luego nuestros chicos nos llevaron a ver el atardecer sobre el Taj Mahal, a orillas del río Yamuna, sólo para presenciar los cambios de color sobre el marmol y volver a comprobar la imponencia de la construcción. Llegamos rendidos al hotel y caímos rendidos en nuestra inmensa cama con 8 tipos diferentes de almohadas. Antes nos acordamos que aunque estemos en un hotel de 12 estrellas hay que lavar la ropa, pues acá cobran carísimo por todo, casi que hasta por respirar. El día de hoy se lo dedicaremos al ocio, descansaremos, exprimiremos cada rupia invertida en este lugar. Lamento dejarlos pero ya el sol opaca la pantalla del Ipad, la inmensa y azul piscina con columnas insiste que me meta en ella, nuestro instructor de yoga espera por nosotros y el Taj Mahal insiste que lo mire. No puedo evitar pensar que de las mil y una noches, tres me tocaron a mí.