"Podemos pasarnos años sin vivir en absoluto y, de repente,
toda nuestra vida se concentra en un instante"
Oscar Wilde
La estancia en Khajuraho resultó mejor de lo que esperábamos. Saturados de ver templos y figuras del kamasutra, tuvimos tiempo de sobra para recorrer el lugar. Si no fuera por la insistencia de vendedores y conductores de tuk tuk, habría sido casi perfecto, pues las calles están desprovistas de las basura y suciedad que inunda todos los rincones de la India, los jardines se notan cuidados con esmero y muchos de los restaurantes tienen vista a los templos. Uno de ellos, incluso, construyó una improvisada casa sobre el árbol de enfrente, por lo que comer allí, casi que sobre los templos, se torna en una experiencia más que mágica. La insistencia de vendedores y comisionistas aprendimos a atacarla con indiferencia, a ver quién se cansa primero. Generalmente ellos desisten, pero muchas cuadras después de tener que aguantar su persecusión acompañada de su ya conocido "aloo madam". No podría enumerar la cantidad de veces por minutos que se escucha en la India la palabra aloo. La usan para llamar la atención, para contestar el telefóno, significa hola, significa oye, significa mil cosas más, por eso, quien camina por las calles, debe armarse de paciencia y disponer el oido para escuchar toda una sinfonía basada en esa palabra.
Al tercer día ya habíamos visto todos los templos, caminado toda la ciudad, probado todos los restaurantes, incluído el de la casa en el árbol y nuestro tren sólo saldría hacia la media noche, así que nuestro plan fue rentar un par de bicicletas y pedalear hasta unas cascadas a unos 20 kms. Oxidadas, descovaladas, pintadas, repintadas y desvencijadas, pero fueron las mejores que pudimos encontrar. Sin cambios, sin suspensión, con el freno más duro del mundo y el manubrio más pequeño jamás visto, arrancamos pasadas las 9am, cruzando los dedos para que no se fueran a varar. El camino resultó fascinante, salpicado de pequeñas villas a lo largo del camino de la que salían niños de todos lados quienes por estas tierras nacen con la misma facilidad con la que se dan los racimos de banano y en la misma cantidad en la que da el arroz, al vernos pasar todos salían detrás gritando siempre lo mismo "aloo, aloo, aloo, aloo". Enormes cultivos enmarcaban la pequeña carretera, verde, puro verde, una monotonía sólo rota por las mujeres trabajadoras que, con sus saris, le agregan color y alegría a la dura jornada bajo el sol. Sorteamos búfalos, vacas y chivos, ellos dueños absolutos de la carretera, eventualmente nos dejaban un espacio por donde pasar, o nosotros nos salíamos de la vía para adelantar su parsimonioso y sagrado caminar. En bicicleta toda la realidad de vuelve más vívida, los colores más brillantes, la gente más cercana, el silencio más apabullante. Nos alegramos de no haber ido en tuk tuk o en taxi, como el resto de la gente, de habernos dado el placer de degustar la vía sin afanes.
Una hora después estábamos llegando y asombrándonos con la imponencia de gigantescas rocas por las que corren las corrientes de agua que luego desembocan en cascadas. Durante el monzón, allí sólo se siente la furia del agua buscando un camino por el cual desembocar. Hoy la sensación es diferente. De paz, de tranquilidad, de serenidad. Las rocas estaban en silencio y el agua reposa serena en sus fosas naturales. Pedaleando otros 7 kms y atravesando una reserva natural llegaríamos al santuario de una especie de cocodrilos de la región, nos dimos al pedaleo, esta vez, lidiando con millares de micos de diferentes especies que nos miraban curiosos desde las copas de absolutamente todos los árboles. Nos cruzamos con antílopes gigantes, zorros de campo y cantidades de pájaros nunca antes vistos. Era extraña la sensación de sentirnos observados en todo momento por tantos animales, escuchando ruidos extraños y movimientos calculados. Se supone que en la región también hay tigres, pero esos hace años que no se ven.
Si el camino hasta la cascada fue plano y pavimentado, el que coduce al santuario de los caimanes era destapado y con altibajos. Extrañamos mucho los cambios de la bicicleta, pues andar todo el rato en el plato "grande" nos hizo bajar más de una vez y arrastrar la bicicleta como en nuestras mejores épocas de prímiparos del pedal, pero llegamos. Buscamos una buena piedra a la vera del agua y nos sentamos en silencio a esperar los cocodrilos. De lejos, éramos los únicos humanos en muchos kilómetros a la redonda. Qué silencioso momento, interrumpido de vez en cuando por algún pez saltarín o por el canto de un pájaro. Nada más. Esperando al cocodrilo vimos pasar varias serpientes de agua, una de ellas nadaba elegantemente con medio cuerpo afuera, ante semejante visión, ni modo de meter tan siquiera los pies en el agua. Y nosotros con semejante calor y con el vestido de baño debajo...
Una hora, tal vez dos y los cocodrilos no dieron señales de vida, no podíamos esperar más pues aún faltaba mucho por pedalear, así que emprendimos el regreso. A esa hora, los pequeños tractores regresaban a casa de los granjeros, recogiendo a la gente del camino, acomodándose unos encima de otros y haciendo gran algarabía cuando pasábamos. Al llegar, teníamos una compra pendiente, necesitábamos una pequeña maleta, pues aunque hemos tratado de deshacernos de cosas, ya el espacio escasea y la habilidades empacatorias de Juanro son de quitarse el sombrero, pero no hacen magia. Expertos ya en el arte del recateo ofrecimos un precio ridículamente bajo, al no obtener respuesta pusimos a prueba nuestra comprobada teoría de despedirnos y cruzar el umbral de la puerta, sabiendo que antes de contar hasta 10, ya estará el dueño afuera reteniéndonos para cerrar la venta. Con maleta nueva ya era hora de empacar y volver a la estación, a la espera del tren de medianoche hacia Varanasi. Esta vez iba un tour gigantesco de gente Polonia, Rusia y República Checa, quienes tenían, literalmente, invadido el tren. Fue un viaje larguísimo que culminó pasadas las 12m del día siguiente. Ya en el tren, antes de llegar, nos estábamos odiando todos, por el hambre, el calor, la incomodidad, el hacinamiento y el genio que deja una mala noche.
Un tráfico infernal nos recibió en la ciudad más sagrada del mundo, como es costumbre nos chocamos, pero nada pasó y luego, hasta accidente de tránsito, de verdad verdad, nos tocó presenciar, cuando un tuk tuk arremetió contra una moto conducida por un indio, que tenía como pasajera a una mujer que salió volando por el aire. Aún recuerdo los velos de colores dando vueltas hasta caer en el pavimento, pero, como en la India todo es posible, ella se levantó como si nada y ni amonestaron al conductor del tuk tuk, que siguió su camino con naturalidad. Por la tarde separamos un bote y presenciamos la ceremonía de adoración al Ganges. Necesitamos tiempo y otro par de idas al río para depurar, procesar, digerir y tratar de escribir sobre la enorme cantidad de escenas que presenciamos. De lo sagrado a lo grotesco, de lo humano a lo divino, de la muerte a la vida, de lo real a lo sureal, de lo bizarro a lo cotidiano, una mezcla compleja, fascinante, repulsiva y atrayente al mismo tiempo. Me contradigo, lo sé, pero lo que presenciamos está lleno de contradiciones, las emociones guían este relato y por eso es hora de parar de escribir, reposar las ideas y volver a ellas cuando el tamiz del tiempo las haya depurado.
Aarti Ganga, Varanasi
toda nuestra vida se concentra en un instante"
Oscar Wilde
La estancia en Khajuraho resultó mejor de lo que esperábamos. Saturados de ver templos y figuras del kamasutra, tuvimos tiempo de sobra para recorrer el lugar. Si no fuera por la insistencia de vendedores y conductores de tuk tuk, habría sido casi perfecto, pues las calles están desprovistas de las basura y suciedad que inunda todos los rincones de la India, los jardines se notan cuidados con esmero y muchos de los restaurantes tienen vista a los templos. Uno de ellos, incluso, construyó una improvisada casa sobre el árbol de enfrente, por lo que comer allí, casi que sobre los templos, se torna en una experiencia más que mágica. La insistencia de vendedores y comisionistas aprendimos a atacarla con indiferencia, a ver quién se cansa primero. Generalmente ellos desisten, pero muchas cuadras después de tener que aguantar su persecusión acompañada de su ya conocido "aloo madam". No podría enumerar la cantidad de veces por minutos que se escucha en la India la palabra aloo. La usan para llamar la atención, para contestar el telefóno, significa hola, significa oye, significa mil cosas más, por eso, quien camina por las calles, debe armarse de paciencia y disponer el oido para escuchar toda una sinfonía basada en esa palabra.
Al tercer día ya habíamos visto todos los templos, caminado toda la ciudad, probado todos los restaurantes, incluído el de la casa en el árbol y nuestro tren sólo saldría hacia la media noche, así que nuestro plan fue rentar un par de bicicletas y pedalear hasta unas cascadas a unos 20 kms. Oxidadas, descovaladas, pintadas, repintadas y desvencijadas, pero fueron las mejores que pudimos encontrar. Sin cambios, sin suspensión, con el freno más duro del mundo y el manubrio más pequeño jamás visto, arrancamos pasadas las 9am, cruzando los dedos para que no se fueran a varar. El camino resultó fascinante, salpicado de pequeñas villas a lo largo del camino de la que salían niños de todos lados quienes por estas tierras nacen con la misma facilidad con la que se dan los racimos de banano y en la misma cantidad en la que da el arroz, al vernos pasar todos salían detrás gritando siempre lo mismo "aloo, aloo, aloo, aloo". Enormes cultivos enmarcaban la pequeña carretera, verde, puro verde, una monotonía sólo rota por las mujeres trabajadoras que, con sus saris, le agregan color y alegría a la dura jornada bajo el sol. Sorteamos búfalos, vacas y chivos, ellos dueños absolutos de la carretera, eventualmente nos dejaban un espacio por donde pasar, o nosotros nos salíamos de la vía para adelantar su parsimonioso y sagrado caminar. En bicicleta toda la realidad de vuelve más vívida, los colores más brillantes, la gente más cercana, el silencio más apabullante. Nos alegramos de no haber ido en tuk tuk o en taxi, como el resto de la gente, de habernos dado el placer de degustar la vía sin afanes.
Una hora después estábamos llegando y asombrándonos con la imponencia de gigantescas rocas por las que corren las corrientes de agua que luego desembocan en cascadas. Durante el monzón, allí sólo se siente la furia del agua buscando un camino por el cual desembocar. Hoy la sensación es diferente. De paz, de tranquilidad, de serenidad. Las rocas estaban en silencio y el agua reposa serena en sus fosas naturales. Pedaleando otros 7 kms y atravesando una reserva natural llegaríamos al santuario de una especie de cocodrilos de la región, nos dimos al pedaleo, esta vez, lidiando con millares de micos de diferentes especies que nos miraban curiosos desde las copas de absolutamente todos los árboles. Nos cruzamos con antílopes gigantes, zorros de campo y cantidades de pájaros nunca antes vistos. Era extraña la sensación de sentirnos observados en todo momento por tantos animales, escuchando ruidos extraños y movimientos calculados. Se supone que en la región también hay tigres, pero esos hace años que no se ven.
Si el camino hasta la cascada fue plano y pavimentado, el que coduce al santuario de los caimanes era destapado y con altibajos. Extrañamos mucho los cambios de la bicicleta, pues andar todo el rato en el plato "grande" nos hizo bajar más de una vez y arrastrar la bicicleta como en nuestras mejores épocas de prímiparos del pedal, pero llegamos. Buscamos una buena piedra a la vera del agua y nos sentamos en silencio a esperar los cocodrilos. De lejos, éramos los únicos humanos en muchos kilómetros a la redonda. Qué silencioso momento, interrumpido de vez en cuando por algún pez saltarín o por el canto de un pájaro. Nada más. Esperando al cocodrilo vimos pasar varias serpientes de agua, una de ellas nadaba elegantemente con medio cuerpo afuera, ante semejante visión, ni modo de meter tan siquiera los pies en el agua. Y nosotros con semejante calor y con el vestido de baño debajo...
Una hora, tal vez dos y los cocodrilos no dieron señales de vida, no podíamos esperar más pues aún faltaba mucho por pedalear, así que emprendimos el regreso. A esa hora, los pequeños tractores regresaban a casa de los granjeros, recogiendo a la gente del camino, acomodándose unos encima de otros y haciendo gran algarabía cuando pasábamos. Al llegar, teníamos una compra pendiente, necesitábamos una pequeña maleta, pues aunque hemos tratado de deshacernos de cosas, ya el espacio escasea y la habilidades empacatorias de Juanro son de quitarse el sombrero, pero no hacen magia. Expertos ya en el arte del recateo ofrecimos un precio ridículamente bajo, al no obtener respuesta pusimos a prueba nuestra comprobada teoría de despedirnos y cruzar el umbral de la puerta, sabiendo que antes de contar hasta 10, ya estará el dueño afuera reteniéndonos para cerrar la venta. Con maleta nueva ya era hora de empacar y volver a la estación, a la espera del tren de medianoche hacia Varanasi. Esta vez iba un tour gigantesco de gente Polonia, Rusia y República Checa, quienes tenían, literalmente, invadido el tren. Fue un viaje larguísimo que culminó pasadas las 12m del día siguiente. Ya en el tren, antes de llegar, nos estábamos odiando todos, por el hambre, el calor, la incomodidad, el hacinamiento y el genio que deja una mala noche.
Un tráfico infernal nos recibió en la ciudad más sagrada del mundo, como es costumbre nos chocamos, pero nada pasó y luego, hasta accidente de tránsito, de verdad verdad, nos tocó presenciar, cuando un tuk tuk arremetió contra una moto conducida por un indio, que tenía como pasajera a una mujer que salió volando por el aire. Aún recuerdo los velos de colores dando vueltas hasta caer en el pavimento, pero, como en la India todo es posible, ella se levantó como si nada y ni amonestaron al conductor del tuk tuk, que siguió su camino con naturalidad. Por la tarde separamos un bote y presenciamos la ceremonía de adoración al Ganges. Necesitamos tiempo y otro par de idas al río para depurar, procesar, digerir y tratar de escribir sobre la enorme cantidad de escenas que presenciamos. De lo sagrado a lo grotesco, de lo humano a lo divino, de la muerte a la vida, de lo real a lo sureal, de lo bizarro a lo cotidiano, una mezcla compleja, fascinante, repulsiva y atrayente al mismo tiempo. Me contradigo, lo sé, pero lo que presenciamos está lleno de contradiciones, las emociones guían este relato y por eso es hora de parar de escribir, reposar las ideas y volver a ellas cuando el tamiz del tiempo las haya depurado.
Aarti Ganga, Varanasi
Alo, alo, alo... lo único atractivo del relato de hoy, es relato mismo. Un manjar en medio de la sequía en que nos tenían desde el viernes pasado; sequía solo comparable con las cascadas que no vieron hoy por la ausencia del Monzón.
ResponderEliminarDefinitivamente, como me dijo un amigo esta semana, la India es mucho mejor cuando la vivimos a través de sus ojos y sus palabras; no me maravillaría tanto al pedalear, ver serpientes, soportar tanta basura y no ver cocodrilos.
Llegando a un mes de soportar su ausencia, concluyo que no soy un mochilero; ni si quiera de clase alta como se autodonimaron usted mismos.
como siempre, buenisimo!, pero dale una revisada al significado de "bizarro"...en español!!!, no?..jaja
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