Hay una frase muy recurrente en la india, cada que preguntas por algo, o te encuentras con una situación extraña, la gente siempre dice: " en la India todo es posible". Pues llegamos a la estación del tren, temerosos porque nuestra incursión anterior en la burocrática oficina había fracasado y porque la última vez que habíamos mirado en internet seguíamos en lista de espera, pero, como en la India todo es posible, ya nos habían asignado una cabina privada en primera clase. Nada de cortinitas para separarnos del resto de los mortales, aquí íbamos encerrados en una cabina, con el aire acondicionado a mil y las literas más cómodas de todo el tren. Íbamos felices, sintiéndonos como unos Marajás y pensando en lo mal acostumbrados que íbamos a quedar para el resto de los trayectos en tren. Yo estaba acostada ya en la litera superior, a punto de dormirme, mientras Juanro en la de abajo escuchaba música, cuando de repente, escuché un grito ahogado, una exclamación de terror, acompañada de la frase: "hay un ratón en esta cabina". Así pues que estábamos encerrados en un espacio de 2x1 en compañìa de un ratón. ¿cómo lo sacamos? esa fue la primera pregunta. Imposible. Esa fue la primera respuesta. Pensamos en llamar al guardia pero inmediatamente caímos en cuenta de lo ridículos que nos veríamos antes sus ojos. Imaginamos que la conversación hubiera sido más o menos así:
- "Señor guardia, necesitamos ayuda, hay un ratón en nuestra cabina"
-" ¿Y?, en la India todo es posible", esa hubiera sido su respuesta.
Faltaban aún 2 horas de viaje, ya estábamos en la etapa de la resignación, cuando me asomé desde la parte alta de mi litera y, como en la India todo es posible, vi otro ratón más. Y luego otro, así que nos tocó hacer lo único que uno puede hacer en una situación en la que no hay nada que hacer: reirnos. El ataque de risa nos duró las dos horas completas. Tan ridículamente absurdas eran las circunstancias. Ya los veíamos pasar una y otra vez, casi que convivíamos con ellos y entonces hasta llegamos a extrañar las cortinillas, convencidos de que, con ellas, por lo menos los ratones se pueden mover libremente por el resto del tren y no se quedan varados en una sola cabina, como en este caso. En fin, ahora sólo sabemos que esto marcará radicalmente nuestras próximas experiencias y que viajar en tren ya no será lo mismo. Será peor.
Esquivando a nuestros "amigos" llegamos a Jodpur hacia la media noche. Habíamos elegido un hotel en las afueras de la ciudad, pues queríamos descansar del ruido, de los acosos, de los vendedores, de los pitos. Contratamos un taxi, el conductor parecía no tener muy claro a dónde íbamos, cada tanto paraba a preguntar, hasta que, según las indicaciones que le habían dado, nos desviamos de la carretera principal por un camino angosto, oscuro y destapado. Llegamos al pueblito, pero no encontrábamos el hotel, ni tampoco nadie a quién preguntarle, por primera vez en toda la India, estábamos en un sitio sin gente, el conductor se rascaba la cabeza, mala señal. De pronto encontramos a alguien durmiendo en un catre sobre la entrada de su propia casa, algo bastante común por acá, según hemos visto, lo despertamos y nos indicó la vía hasta nuestro destino, volteamos en la esquina y otro durmiente había instalado su catre, no sobre la entrada de su casa, sino en media calle de tal manera que no podíamos pasar. Le pitamos y no daba señales de vida, le hicimos cambio de luces, el conductor hacia sentir el acelerador. Nada. Se bajó del carro, nosotros hasta llegamos, incluso, a pensar que estaba muerto, el conductor lo sacudía, hasta que aturdido se levantó de su catre y sólo atinó a decir que la volteada era por la próxima, no por esa cuadra. Tranquilamente volvió a quedarse dormido. A todas estas, al sentir la algarabía, de la casa salió una mujer, estaba furiosa por la bulla que estábamos haciendo y porque habíamos despertado al durmiente de en medio de la calle, nosotros nos reíamos porque, definitivamente, en India, todo es posible. 40 minutos después estábamos llegando al hotel Chandelao.
Estábamos tan cansados y estaba tan oscuro que no vimos muy bien a dónde llegamos. Al otro día me despertó un sonido bastante conocido, me levanté, corrí la cortina y vi árboles enteros llenos de loros haciendo la característica algarabía del amanecer. Nuestro cuarto no era una cuarto, era una cabaña completa y nuestro hotel, no era un hotel, es una especie de palacio en el que convivíamos con la familia que la regentaba. Sus antepasados hicieron parte de los ejercitos del Marajá de Jodhpur, demostrando tanto valor en el campo de batalla que fueron premiados con inmensas tierras y este Fuerte que ha estado en la familia por más de 14 generaciones, hasta que se vieron a gatas para sostenerlo, así que convirtieron las pesebreras, o elefanteras en cabañas con piso de marmol, paredes de piedra y un baño más grande que muchos de los cuartos enteros en los que hemos dormido en otros hoteles. Durante generaciones la casa ha permanecido, más o menos igual. El único cambio significativo fue a cuando a alguno de los antepasados quizo, para su matrimonio, entrar montado en un elefante, por lo que tuvieron que cambiar la puerta de entrada al Fuerte por una más grande. El dueño actual tiene como proyecto el desarrollo del pueblo y la conservación de los artesanos de la región, para ello, pidió la ayuda de los príncipes de Noruega quienes vinieron el diciembre pasado y durmieron en el mismo cuarto en el que estamos nosotros. El aporte económico les fue otorgado. Nuestro aporte consistió en comprarles algunas prendas, pues es bien sabido que ropa es mi debilidad y llevo ya mis 20 días sin comprar absolutamente ni un chiro.
Desayunamos en el mismo comedor con la familia, atendidos por sus varios sirvientes. Pronto nos propusieron varios planes para el día, decidimos tomar un safari en jeep por la aldeas cercanas. El propio dueño nos llevó por caminos polvorientos y agrestes, contándonos la historia de cada aldea, de cada cosa que veíamos, especialmente los ancianatos para vacas que llamaron bastante nuestra atención. Cuando él pasaba la gente le manifestaba un gran respeto y nosotros empezamos a especular quién era semejante personaje, que además lucía impecable, vestido de con sus pantalones tipo dhoti, blancos, camisa larga también blanca, un elaborado turbante amarillo con rayas moradas y zapatos típicos de Rajastán, con la punta doblada adelante. Andamos por interminables cultivos de ajonjolí, melones y sandías, atravesamos un reserva natural plagada de antílopes, visitamos artesanos del barro y terminamos en la humilde casa de un sabio de la región con todos los años del mundo y una simpatía sincera y genuina.
Como algo muy especial sacó sus provisiones de opio y elaboró un té que tuvimos que sorber de su propia mano. Más tarde, en un acto inmenso de generosidad, comenzó a partir sus mejores patillas y melones. Yo quedé inmediatamente engolosinada, Juanro, por su parte, pasó las duras y las maduras para comerse sus porciones y no desantender la generosidad del maestro. Al menor descuido de los indios, yo trataba de ayudarle, pero aún así no se salvó de mordisquear algo de sus odiadas frutas.
Por la tarde salimos a caminar por el pueblo seguidos de centenares de niños, salían de todos lados, nos tocaban como examinando que sí fuéramos de verdad. Nos halaban el pelo, nos agarraban las manos. Fuimos hasta el lago que es la única reserva de agua de toda la región. De la abundacia del monzón dependen los 11 meses restantes. Por fortuna, como ya hemos manifestado, este año llovió copiosamente y el espectáculo más grande era ver a las mujeres con sus saris de colores y con enormes vasijas de barro y cobre sobre sus cabezas llevando y trayendo agua para sus hogares.
Por la noche la cena fue en una terraza alta, bajo la luz de la luna y de las velas, rodeados de miles de sirvientes a la espera de nuestros deseos. Al otro día dejamos nuestro pequeño oasis y enfrentamos la ciudad azul, recorrimos el Fuerte, visitamos los cenotafios, los bazares y hasta fuimos a dar a la casa del sucesor de Maharajá, quien para sostener su colección de carros, de joyas y su excéntrica vida, ha abierto su casa a los visitantes y ha vendido pedazos de las tierras que circundan su fuerte a constructores privados quienes hacen delicias con los compradores que quieren ser vecinos del Majarahá. Con la llegada de la noche llegó también la hora de partir, esta vez en tren con cortinitas separatorias y unos compañeros de viaje que merecen capítulo aparte. Eso y nuestra mágica llegada a Agra, debido a la sorpresa más grande que he tenido en mi vida, serán material para la siguiente entrada. Nos leemos. Mientras tanto escribo esto disfrutando de la vista al Taj Mahal.
Los amigos del tren de primera clase me hacen pensar que ni siendo un mochilero de clase alta, podría soportar este viaje. Sin embargo, verle la cara a Juanro al enfrentarse a losmelones y sandias, no tiene precio. Espero que haya una foto de este momento.
ResponderEliminarConforme ibamos leyendo, la escena de las frutas y Juanro se fue tornando en una escena de terror, solo comparable al grito terrorífico de una cabina con ratones!!! Saris, no se vale dejarnos así, en suspenso!!! Un abrazooo
ResponderEliminarAcaso aquel grito ahogado y terrorifico no surgió al pensar en el jugoso racimo de uvas que habrá de comerse? Melones y Sandias son un buen entrenamiento.
ResponderEliminarCarlos