"El mundo es de quien nace para conquistarlo
y no de quien sueña que puede conquistarlo."
Fernando Pessoa
Con nostalgia dejamos Dharamshala, pero antes nos aseguramos de hacer algo realmente especial que nos permitiera recordar este lugar para toda la vida y compartirlo, de alguna manera, con nuestros seres queridos, así que tomamos clases de cocina. Durante toda una tarde nos adentramos en la cocina de Sanyib, quien nos enseñó los secretos de la gastronomía tibetana. En la primera parte aprendimos a hacer 3 clases diferentes de panes y unas galletas, todo típico del Tibet, más tarde, por fin, desentrañaríamos el misterio de esas famosísimas masas rellenas de mil sabores llamadas momos. Entre amase, pique, arme y pruebe, Sanyib, nos habló de las nostalgias y orgullos de su pueblo que, tal y como era, ya sólo existe en los recuerdos de quienes le conocieron y en la imaginación de quienes hemos escuchado hablar de él. Comimos hasta el cansancio, pero, como si no hubieramos tenido suficiente, al otro día tomamos más clases, esta vez de cocina india, esta vez con Vincent con quien amasamos chapatis y elaboramos varios tipos de acompañantes que, con suerte, a mi regreso, tendran la oportunidad de probar. Con esa clase finalizamos nuestra estadía en Dharamshala y quedamos listos para tomar carretera hasta Amristar.
Las carreteras de la India
Tomamos un taxi, pues la única otra opción era el bus público, ese que lleva gente hasta en el techo, lo cual hubiera sido un exceso para los nervios, dado lo que estábamos a punto de vivir, y empezamos a bordear, esta vez de bajada las rutas peligrosas, que de peligrosas no tienen nada al lado de lo que nos esperaba. Las carreteras indias son muy malas, muy estrechas, muy mal señalizadas, muy curveadas y muy mal iluminadas. Hasta ahí nada que no se nos haga familiar en Colombia. El problema empieza cuando los conductores tratan de sobrepasar a los demás carros y camiones, pues parece que no le enseñaron eso de no pasarse en las curvas o cuando viene carro al otro lado. Por culpa de eso, rápidamente perdimos la cuenta de las veces que nos vimos frente a frente contra un camión, las veces que nos salimos de la carretera y las veces que frenamos en seco. El único dato concreto que podemos darles es el de las veces que Mr Papu, el conductor pitó: fue exactamente una sola vez, pues tocó el pito desde la salida y jamás lo volvió a soltar. O bueno, sí, lo soltó una vez, cuando por alguna razón que nunca entendimos, nos dijo que debíamos cambiarnos de carro y, en efecto, a la vera del camino se orilló y nos pasó para una camioneta, más grande y con el pito más potente. El conductor tenía un turbante y una barba que le llegaba hasta el pecho, pero no hablaba inglés así que no intercambiamos palabra. Con él fue lo mismo, o deberíamos decir que peor, pues creo que el hecho de andar en camioneta lo hacía más temerario, así que seguimos de susto en susto, agradeciendo que todos los demás trayectos que faltan son en tren, pues volver a enfrentar la carretera, es algo que, de verdad, no quisiéramos repetir. Fue un viaje de 5 horas absolutamente terroríficas, a veces, para colmo de males, amenizado con esa música popular india que es más estridente que 50 vallenatos juntos. Las escenas del camino merecen mención aparte: buses con gente hasta en el techo, tractores con remolques que llevaban bultos... pero de gente, bicicletas transportando cosas imposibles, como una escalera de, por lo menos, 3 metros de largo, motos con hasta 5 personas, vacas acostadas en plena vía que nadie se atreve a quitar, micos sentados elegantemente a la vera del camino, manadas de chivos y ¿ya mencioné la gente?
Recuerden que acá se maneja por la izquierda, así que la pasada de carros es por la derecha, pero nuestro temerario conductor del turbante llegó, incluso, a tener la desfachatez de pasarse por la izquierda... con decirles que en algún momento llegamos a rozar otro carro, pero parece que eso acá es tan común que ninguno de los dos le prestó atención al asunto y seguimos como si nada huebiera pasado. En otra oportunidad nos paró la policía y nuestro chofer, en vez de parar, vociferó algo en hindi, que nos parecieron insultos y descargó toda su energía sobre el acelerador!!! Sobra decir que el pito nunca paró se sonar, se pita cuando uno se va a pasar a otro carro para alertarle, se pita cuando uno se encuentra de frente a alguien pasándose, a modo de protesta, se pita a los peatones, las bicicletas y los animales a la vera del camino para que se orillen, se pita en las curvas para que si viene alguien sepa que uno se está pasando, se pita para saludar a alguien, se pita porque sí, se pita porque no, se pita por todo, se pita por nada. Creo que para un conductor indio es infinitamente más grave que se le dañe el pito a que se le dañe el motor del carro. No se diga más.
El Templo Dorado
Después de todo, llegamos a Amristar recién entrada la noche, si bien sobrevivimos a la carretera, llegamos tiesos de hacer fuerza, de apretar la nalga, los dientes y el pie sobre el piso del carro, deseando que nunca jamás nos toque lidiar con estas carreteras y seguros de que ni a Papu ni al conductor del turbante los vamos a extrañar.
Nuestro hotel queda a 100 pasos del Templo Dorado, razón por la cual, ni con lo cansados que estábamos, nos aguantamos las ganas de salir a darle una miradita. Lo que nos encontramos nos dejó sin aliento, una construcción que no parece humana sino divina y un entorno fascinante y misterioso, al mejor estilo de las mil y una noches. Parecíamos visitantes del futuro, pues de las 10 mil personas que nos encontramos allá, éramos los únicos extranjeros y los únicos sin turbante y sin sari, pero nos prestaron un trapo para cubrirnos la cabeza y poder entrar. Caminamos descalzos entre la multitud, sintiéndonos como bichos raros, observando, tratando de entender lo inentendible y sorteando las miradas escrutadoras de todos. De vuelta la hotel prometimos estudiar mas sobre este lugar extraño y fascinante al que, por fortuna, tendremos dos días para conocer, asimilar y admirar.
El Templo Dorado
El cambio de guardia
y no de quien sueña que puede conquistarlo."
Fernando Pessoa
Con nostalgia dejamos Dharamshala, pero antes nos aseguramos de hacer algo realmente especial que nos permitiera recordar este lugar para toda la vida y compartirlo, de alguna manera, con nuestros seres queridos, así que tomamos clases de cocina. Durante toda una tarde nos adentramos en la cocina de Sanyib, quien nos enseñó los secretos de la gastronomía tibetana. En la primera parte aprendimos a hacer 3 clases diferentes de panes y unas galletas, todo típico del Tibet, más tarde, por fin, desentrañaríamos el misterio de esas famosísimas masas rellenas de mil sabores llamadas momos. Entre amase, pique, arme y pruebe, Sanyib, nos habló de las nostalgias y orgullos de su pueblo que, tal y como era, ya sólo existe en los recuerdos de quienes le conocieron y en la imaginación de quienes hemos escuchado hablar de él. Comimos hasta el cansancio, pero, como si no hubieramos tenido suficiente, al otro día tomamos más clases, esta vez de cocina india, esta vez con Vincent con quien amasamos chapatis y elaboramos varios tipos de acompañantes que, con suerte, a mi regreso, tendran la oportunidad de probar. Con esa clase finalizamos nuestra estadía en Dharamshala y quedamos listos para tomar carretera hasta Amristar.
Las carreteras de la India
Tomamos un taxi, pues la única otra opción era el bus público, ese que lleva gente hasta en el techo, lo cual hubiera sido un exceso para los nervios, dado lo que estábamos a punto de vivir, y empezamos a bordear, esta vez de bajada las rutas peligrosas, que de peligrosas no tienen nada al lado de lo que nos esperaba. Las carreteras indias son muy malas, muy estrechas, muy mal señalizadas, muy curveadas y muy mal iluminadas. Hasta ahí nada que no se nos haga familiar en Colombia. El problema empieza cuando los conductores tratan de sobrepasar a los demás carros y camiones, pues parece que no le enseñaron eso de no pasarse en las curvas o cuando viene carro al otro lado. Por culpa de eso, rápidamente perdimos la cuenta de las veces que nos vimos frente a frente contra un camión, las veces que nos salimos de la carretera y las veces que frenamos en seco. El único dato concreto que podemos darles es el de las veces que Mr Papu, el conductor pitó: fue exactamente una sola vez, pues tocó el pito desde la salida y jamás lo volvió a soltar. O bueno, sí, lo soltó una vez, cuando por alguna razón que nunca entendimos, nos dijo que debíamos cambiarnos de carro y, en efecto, a la vera del camino se orilló y nos pasó para una camioneta, más grande y con el pito más potente. El conductor tenía un turbante y una barba que le llegaba hasta el pecho, pero no hablaba inglés así que no intercambiamos palabra. Con él fue lo mismo, o deberíamos decir que peor, pues creo que el hecho de andar en camioneta lo hacía más temerario, así que seguimos de susto en susto, agradeciendo que todos los demás trayectos que faltan son en tren, pues volver a enfrentar la carretera, es algo que, de verdad, no quisiéramos repetir. Fue un viaje de 5 horas absolutamente terroríficas, a veces, para colmo de males, amenizado con esa música popular india que es más estridente que 50 vallenatos juntos. Las escenas del camino merecen mención aparte: buses con gente hasta en el techo, tractores con remolques que llevaban bultos... pero de gente, bicicletas transportando cosas imposibles, como una escalera de, por lo menos, 3 metros de largo, motos con hasta 5 personas, vacas acostadas en plena vía que nadie se atreve a quitar, micos sentados elegantemente a la vera del camino, manadas de chivos y ¿ya mencioné la gente?
Recuerden que acá se maneja por la izquierda, así que la pasada de carros es por la derecha, pero nuestro temerario conductor del turbante llegó, incluso, a tener la desfachatez de pasarse por la izquierda... con decirles que en algún momento llegamos a rozar otro carro, pero parece que eso acá es tan común que ninguno de los dos le prestó atención al asunto y seguimos como si nada huebiera pasado. En otra oportunidad nos paró la policía y nuestro chofer, en vez de parar, vociferó algo en hindi, que nos parecieron insultos y descargó toda su energía sobre el acelerador!!! Sobra decir que el pito nunca paró se sonar, se pita cuando uno se va a pasar a otro carro para alertarle, se pita cuando uno se encuentra de frente a alguien pasándose, a modo de protesta, se pita a los peatones, las bicicletas y los animales a la vera del camino para que se orillen, se pita en las curvas para que si viene alguien sepa que uno se está pasando, se pita para saludar a alguien, se pita porque sí, se pita porque no, se pita por todo, se pita por nada. Creo que para un conductor indio es infinitamente más grave que se le dañe el pito a que se le dañe el motor del carro. No se diga más.
El Templo Dorado
Después de todo, llegamos a Amristar recién entrada la noche, si bien sobrevivimos a la carretera, llegamos tiesos de hacer fuerza, de apretar la nalga, los dientes y el pie sobre el piso del carro, deseando que nunca jamás nos toque lidiar con estas carreteras y seguros de que ni a Papu ni al conductor del turbante los vamos a extrañar.
Nuestro hotel queda a 100 pasos del Templo Dorado, razón por la cual, ni con lo cansados que estábamos, nos aguantamos las ganas de salir a darle una miradita. Lo que nos encontramos nos dejó sin aliento, una construcción que no parece humana sino divina y un entorno fascinante y misterioso, al mejor estilo de las mil y una noches. Parecíamos visitantes del futuro, pues de las 10 mil personas que nos encontramos allá, éramos los únicos extranjeros y los únicos sin turbante y sin sari, pero nos prestaron un trapo para cubrirnos la cabeza y poder entrar. Caminamos descalzos entre la multitud, sintiéndonos como bichos raros, observando, tratando de entender lo inentendible y sorteando las miradas escrutadoras de todos. De vuelta la hotel prometimos estudiar mas sobre este lugar extraño y fascinante al que, por fortuna, tendremos dos días para conocer, asimilar y admirar.
El Templo Dorado
El cambio de guardia
Nos morimos por probar esas delicias. Un abrazo del Cielo y yo. Los seguimos con devoción.
ResponderEliminarEspero fotos de tu turbante oficial para colombiamoda y detalles de la ciudad.
ResponderEliminarqap
besos
Me doy cuenta de que mi egoísmo tiene menos limites que el pitar en la India: ahora no solo añoro sus relatos, que busco desesperado al levantarme y al acostarme, sino que muero por probar y aprender todas las recetas que traerán.
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